Ella se quitó su ropa de luto, para exaltar a los afligidos de Israel: ungió su rostro con perfumes, se ajustó el cabello con una diadema, se puso ropa de lino para seducirlo. Sus sandalias deslumbraron los ojos del guerrero, su hermosura le cautivó el corazón... ¡y la espada le cortó la cabeza!
-- Libro de Judith 16:7-9
"Siempre pienso en ti" - le dije.
"Lo sé" - respondió.
"Te quiero" - murmuré.
"También lo sé" - volvió a responder con cara de lástima.
"¿Crees que esté enamorado de ti?" - pregunté, queriendo evitar la pregunta. En verdad no deseaba saber la respuesta, pero es algo que debía de hacer. Había aprendido con Brim que era imperativo hacer las preguntas, aunque se clavaran como puñales, que vivir conjeturando.
"No" - volvió a responder. La monotonía de sus respuestas alumbraba la duda que siempre tenía, pero cuya respuesta era lógica. Se hastiaba de mis constantes dudas, de mis reiteradas preguntas, de mi infinita falta de seguridad.
"Nunca me harás daño, porque nunca te amaré, así que no podrías hacerme nada. Te entregaste a mi, y soy tu dueña. Eso es todo. Amas que te lastime, no a mi. Deseas que te haga sufrir, no a mi. Añoras tocar mi mano, para que te abofetee. No estás enamorado de mi, sino de la idea que he sembrado en tu mente. Eres mío, porque así yo te construí. Eso hice de ti para goce mío" - añadió.
"Eres Venus" - dije, seguido de un suspiro.
"Sí. Eres un pervertido, eres inteligente, eres medio asceta, vives en una cueva por temor a que te lastimen. Eso es tuyo, y mis herramientas. ¿Recuerdas la película que te regalé? ¿El único regalo que te he hecho?. Por lo visto no entendiste la indirecta. Tú no estás aquí para exigir, para pedir, para solicitar, para proponer. Estás para obedecer, para someterte a mis deseos, a mi palabra. Te das tus aires de grandeza, de grandilocuente, diciendo palabras complicadas en frases rebuscadas. Intentas engañar al prójimo haciéndole creer que eres inteligente y sabio. Te crees Salomón. Pero en el camino a mi no te diste cuenta que no eres nada, si no digo que lo seas. Soy tu reina de Saba. No piensas nada, si no deseo que lo hagas. No pides nada, si no te permito que lo desees. Creí que Brim te había enseñado bien, pero no. Te lo diré más claro. Eres mío, y solo existes mientras yo te nombre, mientras yo te ordene. Cuando deje de hacerlo, no serás nada".
"Pero, eso sería perder mi libertad..." - no terminé mi frase cuando su mano cruzó con fuerza y dulzura mi cachete.
"Por Dios. ¿Aún no lo entiendes?. NO eres libre. Entiéndelo, no. Dime, ¿qué pasa antes de que cierras la puerta por las mañanas?"
"Espero a que llegues y me saludes, después abro la persiana para que entre la luz y abro la ventana, para que entre el aire. Entonces cierro la puerta al mundo. Luz que alimente la semilla fecunda de mis sentimientos y aire que sostenga mis fantasías" - apenas terminaba la frase cuando me asestó otro golpe.
"Mal mal, todo mal. No existe ninguna 'semilla fecunda' esas son fantasías tuyas. Yo hago que añores mi saludo, que desees mi abrazo. Que cada vez que me veas se acelere tu corazón, que te quedes mudo frente a mi. ¿Crees que es porque me amas? No, es porque me tienes miedo. Sabes que con un abrazo puedo elevar tus fantasías, no el aire. O que con una palabra mala tuya, puedo dejarte solo, en el vacío, en la oscuridad, en la ausencia de mi. Eso te asusta y por eso te quedas mudo, temes decir algo incorrecto y te castigue. Dime, con tantas tonterías que has dicho, ¿quieres que te castigue?".
"No" - dije bajando la cabeza
"No, veme. Veme a los ojos. Quiero ver que en verdad te doy miedo." - subí lentamente los ojos a los suyos mientras ella continuaba - "Muy bien. Admiro el trabajo que Brim ha hecho en ti. Cualquier otro ya hubiera llorado. Pero bueno, es claro que te gusta, lo disfrutas. Y eso es bueno, porque aún hay mucho por hacerte... sufrir."
"Pero..." - iba a decir, pero ella parecía tener las palabras correctas y puntuales, precisas.
"Sin peros. Creo que vamos a tener que empezar a poner nuevas reglas. Te hacen falta. O al menos no te quedan aún muy claro los roles. ¿Y sabes qué es lo que más me gusta? Tú idea de que 'seré la última', porque sin pedírtelo, te has generado un nuevo horror. Y serás mío hasta que te abandone, jamás me dirás no, por temor a quedarte solo. Y eso me divierte."
"¿Y qué gano yo?" - suspiré, derrotado.
"Que te permita hablarme. ¿Qué mas quieres?" - se volteó y cerro la puerta tras de ella.
Mientras, permanecía yo solo, ahí, en la oscuridad. Hasta la próxima vez que volviera para tomarme entre sus brazos.
El amor es el estado en el cual, la mayoría de las veces, el hombre ve las cosas como no son
-- Nietzsche
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