La Jefa

Era un día normal como cualquiera. Yo me alistaba para ir al trabajo al igual que cada mañana; levantarse tarde, bañarse, tomarse el chorrito de vino que quedaba en la copa y salir corriendo. A veces en bicicleta, a veces en transporte público, las menos exageraba uno y pedía un Uber.

Para no variar era hoy uno de esos días atareados, con trabajo a diestra y siniestra. Juntas, decisiones, soporte técnico, de esos días desgastantes que sólo quiere uno que terminen. La comida pasó sin pena ni gloria, apenas un respiro entre un mar de deberes. Mientras más se acercaba la hora de salida, más preguntas y más peticiones caían sobre mi escritorio.

Todo se iba atrasando más y más, ya sabía yo mi destino, un día más que me quedaría tarde para terminar mi trabajo.

Considérate amarrado a esa silla. Y no te puedes mover de ahí hasta que yo te diga

Mi jefa quería terminara todos mis deberes hoy. Simplemente callé y continúe con mis actividades. Mientras tanto, mi jefa más desesperada y escribiéndome regaños a cada momento posible. Hoy todo era mi culpa.

Las oficinas alrededor ya estaban oscuras como el cielo, nuestra área era la única iluminada. Mis manos tecleando apresuradamente para poder terminar todo antes de la madrugada.

Ven ahora mismo

Recibí su mensaje. Como si no tuviera suficiente qué hacer, ahora iba a interrumpirme de mis labores para hacer las de ella. Hacía mucho calor, estaba cansado, ya me quería ir y ni una cerveza en el refrigerador había. Así que a regañadientas me levanté de mi silla y fui a su lugar.

¿Te gusta?

Decía mientras cruzaba la pierna, su short corto dejaba ver sus muslos desnudos. Miré sus piernas, continué por sus muslos hasta subir mi mirada a la suya. Su cara impaciente me hizo voltear al monitor. La nueva propuesta se veía interesante, pero tendría que cambiar todo y eso implicaría quedarme toda la noche a trabajar.

Acércate

Di la vuelta al escritorio y me puse junto a ella. Había unas cosas que no se podían hacer, así que me arodillé y empecé a modificar un par de elementos a la propuesta. Al intentar levantarme movió su silla y mi mano aterrizó directo en su muslo. Rápidamete quité mi mano pero su ira ya se divisaba en sus ojos, mi reacción había sido demasiado tarde.

¿Qué te pasa? ¿Quién te crees?

Mi vergüenza no me dejaba levantarme, mis manos alcanzaron la mesa para impulsarme cuando su mano en mi hombro me hizo caer de rodillas de nuevo.

He visto que te gusta verme las piernas. ¿Te gustan? Te voy a enseñar a respetarme. Empieza, tienes permiso. Rápido

Sus ojos voltearon al monitor de nuevo mientras yo permanecía ahí, quieto, sin moverme. Sin saber qué hacer. Una interjección escapó de su boca mientras tomaba mi brazo izquierdo, con su mano lo llevó a mi entrepierna para después dejar la mía sobre su muslo derecho. Yo mientras, ahí, de rodillas, junto a ella, viendo su monitor, sin poder moverme

Me tienes que obedecer, soy tu jefa y harás lo que te diga. Así que apúrate que ya casi me voy

Mi mano comenzó, obediente a sus órdenes. Los minutos pasaban y su muslo, su piel bajo mis dedos, hacían difícil desobedecer. A cada cambio que hacía a su trabajo me preguntaba mi opinión. No le interesaba mi respuesta, solo quería castigarme.

Me gusta cómo aprietas mi muslo cuando quieres terminar. Dime, ¿ya quieres terminar? Porque no puedes. Te lo tienes que ganar. Así que más rápido que ya me quiero ir.

Cada vez era más difícil cumplir sus órdenes, pero lentamente veía como ya casi terminaba su trabajo.

Más rápido, es castigo, no premio. ¿Qué se siente depender de tu jefa?

Sin poder concentrarme más en su monitor, no me había dado cuenta que ya había apagado su computadora.

¿Ya quieres tu galleta?

Su mano presionando la mía en su muslo, sin dejarme moverla, cada vez apretándola más. Iba a decir algo cuando puso su dedo en mi boca, silenciándome. Su otra mano soltaba la mía y recorría mi brazo lentamente. Su mano, sus instrucciones, su muslo, sin poder evitarlo me obligaron a terminar en el suelo. Sin permiso, víctima de sus órdenes, en silencio, de rodillas como si pidiera perdón. Sin poder decirle no. Sumiso a mi jefa.

Mmm. No te di permiso de terminar. Ándale, limpia. Que yo ya me voy. Para que me extrañes y pienses en mi el resto de la noche, porque no te puedes ir hasta que termines... tu trabajo.

Y desde entonces, sólo puedo pensar en mi jefa. Auto-castigándome cada día, esperando que esa mañana tal vez me vuelva a tocar mi galleta y me de permiso de terminar. Pero mientras, extrañándola...

Foto: Kelly (Flickr)