"¿Qué haces aquí?" - preguntó.

"Bebiendo" - balbucee totalmente ebrio.

¿Había sido un sueño? ¿Había sido verdad? Lentamente la realidad se juntaba con lo onírico, no distinguía ya si fantaseaba con Brim o simplemente eran vestigios de tiempos remotos cuando soñaba que tomaba mi mano.

Ella tomó mi mano para levantarme del piso. Su cara me recordaba los destellos azules de otra época. Los reflejos de otra tierra, esperando hasta el final que el sol volviera a salir. Como diría Fictional. Me recordaba a Brim, pero no podía ser ella. Brim se había ido lejos. La había olvidado. La había matado con mis propias manos. La había enviado a morir en soledad como me había tenido a mi. Había... Había... Había...

Ahora se encontraba nuevamente frente a mi. Su cara coqueta, su sonrisa cínica, su cabello largo acariciando su espalda que tanto tiempo había añorado con abrazar. Su mano me acercaba más a ella, hasta tenerme a escasos centímetros. Sus brazos comenzaron a apretar mi cuerpo mientras sus labios - con su característico labial rosa - dibujaban un beso en mi mejilla.

Sus labios se alejaban cuando reconocí la cara, no era Brim. No sabía si era el efecto del alcohol o una ilusión.

"Pero... ¿Por qué?" - pregunté mientras tocaba mi mejilla con la punta de mis dedos.

Seré yunque. No puedo ser dichoso sin ver el objeto amado. Podría amar a una mujer, mas sólo siéndome cruel. [...] Sólo se puede amar lo que está por encima de nosotros; una mujer que nos abruma por su belleza, por su temperamento, su alma, su fuerza de voluntad, que se muestra despótica para nosotros.

"Ay tontito" - sus palabras eran idénticas a las de Brim, dichas con dulzura, pero llenas de hiel. "Ahora eres mío. Ella te educó y yo te utilizaré. No habrá premios, solo castigos. No habrá más alcohol como con ella, no quiero que olvides cada castigo que te daré. Haré que sufras y pidas más después de darme las gracias."

Tomó mis muñecas y acarició las heridas que me había autoinflingido por Brim. Como una serpiente, cada vez apretaba más, mientras una pequeña sonrisa se escabullía por la comisura de sus labios.

"Eres mío y me darás las gracias por ese privilegio" - sus dedos apretaban mis muñecas como grilletes cerrándose, condenando al esclavo.

"¿Por qué?" - volví a preguntar.

"¿Todo te lo tengo que explicar?" - sus ojos se encendían de ira - "Porque me entregaste tu voluntad, tu tiempo, tu deseo, tus perversiones, tu castidad, tu todo. Ahora yo decidiré sobre ti y no tendrás ningún deseo si no lo ordeno yo, no tendrás nada si antes no te lo ordeno." - decía mientras me mostraba unas hojas dobladas que traía en su bolso. "No te abofeteo porque sería un premio para ti. Pero ya te ganaste el privilegio del primer castigo."

Si no puedo gozar plenamente de la dicha del amor, entonces quiero saborear sus dolores, sus tormentos, hasta el final, entonces quiero ser maltratado, traicionado por la mujer a la que amo, y cuanta mayor sea su crueldad, tanto mejor. ¡También eso es un placer!

"Solo haré uso de lo que por derecho me has entregado" - decía mientras me mostraba mi firma en el contrato. Mis ojos desorbitados comenzaron a recorrer su cuerpo. Subiendo lentamente por su brazo hasta su hombro, imaginando su cuello, deseando sus labios, abrazando su mirada con la mía. De pronto su mano chocó con mi cara, mi piel comenzó a arder, a sentirse caliente. Mis ojos se mojaron. El gemido salía expulsado de mi boca con violencia.

"No vuelvas a verme a los ojos y menos así" - su voz era calmada, dulce, casi maternal. Sus labios se acercaron a donde había asestado el golpe, acariciando suavemente mi piel hasta llegar a mi oído. Susurrando suavemente profirió la primer regla: "Tienes prohibido emitir algún sonido en mi presencia si no te he dado permiso antes de dirigirme la palabra. Lo digo por tu bien".

"Gracias" - respondí.

Como premio dejó que su mano subiera hasta mi mejilla, acariciándola tiernamente con su pulgar, sin decir nada más. Sus ojos delataban la satisfacción por la primer lección bien aprendida.

El sumiso prefiere al ama que puede dejarlo, necesita mejorar para ella

Su mano bajó hasta la punta de mis dedos, acariciándolos, mientras daba la vuelta y se iba.

"Tienes mucho que aprender y muchas reglas que ponerte" - fueron sus últimas palabras antes de alejarse.

Mi miseria es que te amo cada vez más, con mayor locura, cuanto más me maltratas y traicionas. ¡Oh! ¡Quisiera morir de dolor, de amor y de celos!

Image by iloveyaks